L
a pequeña casa del encantador pueblo de Deiá contaba con un absoluto
aprovechamiento del escaso espacio que la Sierra de Tramuntana cede a sus pobladores. La organización era
fundamental para no perderse entre tantos pedazos de huesos, cerámicas, sílex, maderas que iban
apareciendo de las excavaciones. Todo había que limpiarlo cuidadosamente con agua, utilizando pequeños
cepillos de dientes, y clasificarlos según origen y estrato donde fueron hallados, para tratar de recomponerlo
posteriormente. Un inmenso rompecabezas del que no se contaba con información fehaciente.
![]() Carlos Morell era el único representante mallorquín entre aquel
grupo de investigadores. Era codirector del Museo de Deiá y coordinador de las
relaciones de la pequeña muestra del pasado mallorquín con el Museo de Mallorca.
Titulado en arqueología por la Universidad de Barcelona, estaba preparando su tesis
para conseguir, también, el doctorado por la Universidad de Oxford. Y de la mano de
Carlos y de William se inició nuestra aventura a través del túnel del tiempo.
El archipiélago de las Baleares siempre ha estado
conectado con la Península Ibérica.
Cualquier clara mañana se hacen perfectamente visibles las costas de las distintas islas y del
continente siguiendo el eje geográfico Menorca, Mallorca, Ibiza y Cabo de la Nao, en Alicante.
Esta conexión abarca todos los aspectos: físicos, políticos y culturales.
Ahora bien, han existido áreas de inmediata influencia.
Se pueden considerar de la misma corriente cultural
todos los yacimientos hallados dentro del arco geográfico que se extiende desde el
golfo de León (Francia) hasta el Cabo de Gata (Almería).
La presencia de seres humanos en las Baleares se remonta al período Neolítico
europeo (5000 a 3000 años antes de JC), datación realizada siguiendo el método
llamado del carbono 14 sobre la base de los restos hallados en la cueva de Son Muleta (Sóller),
Son Matge(Valldemossa) y Son Gallard (Deiá).
Los primeros yacimientos habían producido gran cantidad de restos humanos perfectamente
estratificados que, con los huesos del Miotragus Balearicus, un animal mezcla de antílope y
gacela endémico de las Baleares, al que se cree extinto hace 40.000 años y de los que se encontraron
restos, en 1962, en la cueva de Son Muleta, venía a demostrar que aquellos primeros mallorquines eran
cazadores. Carlos Morell nos hacía viajar al más remoto pasado balear y lo expuesto en las vitrinas
del pequeño Museo de Deiá era fiel prueba de ello. Toda Baleares era un gran museo. Los distintos
yacimientos se encontraban esparcidos por toda su geografía.
Una de las facetas que todo arqueólogo tenía la obligación de practicar era la prospección sobre el terreno, deambular por el campo sin ninguna meta prevista y tratar de "ver", con la imaginación, dónde podrían situarse nuevos yacimientos. La vista del estudioso del pasado debía de ser aguda. Piedras que normalmente no llamaban la atención, podían convertirse en murallas o en casas, gracias a algún trocito de cerámica o de sílex encontrado por casualidad. William Waldren, poseía un aguado sentido arqueológico conseguido tras muchos años de
experiencias. Paseando por las tierras de Son Ferrandell y Son Oleza, visitaba los talayots allí existentes,
enormes moles pétreas conocidas por los lugareños desde siempre. A unos cien metros del Talayot
número uno, en un terreno semejante a cualquier otro, Waldren vio llamada su atención por unas puntas
de piedra extrañamente alineadas entre sí que sobresalían de la tierra adyacente.
Después de una inspección más profunda, fue apareciendo una ingente cantidad de pedazos de
cerámica pretalayótica, fácil de reconocer por el arqueólogo ya que en su tesis
doctoral ya hablaba de ella...
-Qué raro - se dijo - por aquí no parece haber ninguna cueva.- Siempre se había pensado que los antiguos moradores de las Baleares, anteriores a la Cultura Talayótica, habían sido cavernícolas. Ahí estaba la tesis del padre Veny y otras muchas. Incluso se la había denominado la "Cultura de las Cuevas". Aquel extraño lugar estaba situado en la falda del Puig de la Moneda, de modo que Waldren pensó que la cueva, origen de la cerámica, se podía hallar un poco más arriba. ¡No!, no encontró ningún rastro de ella y el arqueólogo decidió sondear el terreno un poco más profundamente, y a medida que lo removía, la acumulación de pedazos de cerámica era cada vez mayor. Apareció la base de lo que debió ser una antigua muralla, apenas a unos treinta centímetros de profundidad. Y así, con suma paciencia, fue desenterrándose en primer poblado pretalayótico de Mallorca. Aquel descubrimiento, que recibió el nombre de Ferrandell-Oleza, por estar situado en aquellas fincas de la comarca de Valldemossa, obligó a dar un giro de noventa grados a la Prehistoria Balear. Nos dio una clara idea de cómo vivían nuestros primeros payeses, ya que los yacimientos anteriores, (Muleta, Son Matge y Son Gallard), eran de tipo funerario. Hasta nuestros días, es estudio de la vida doméstica pretalayótica, se hallaba en el mundo de las hipótesis. Carlos Morell nos acompañó hasta el poblado. Saltamos una verja y el perro de la finca de Son Oleza nos recibió moviendo alegremente su rabo. Muchos eran los años que se llevaban trabajando en el lugar y había tenido tiempo sobrado para hacer amigos. Apenas a unos cien metros en dirección sur, aparecieron los primeros talayots, una escasa distancia para un vacío histórico de doscientos años. Es decir, aquel poblado fue abandonado por alguna razón y, pasados dos siglos, ya en la Edad de Bronce, se construyeron aquellos talayots. Lo que ocurrió durante aquel período más o menos oscuro entraba en el campo de las especulaciones y era sumamente extraño que no se reutilizara el mismo asentamiento. La excelente conservación del poblado Ferrandell-Oleza podía haber sido posible gracias a un hecho aparentemente contradictorio: La utilización de las piedras que formaban la muralla y las casas en posteriores construcciones contribuyó a que el yacimiento quedara a ras del suelo en tiempos muy lejanos, cubriéndose posteriormente por la tierra que los siglos aportan. Una muralla rectangular rodeaba el poblado. Muy difícil era calcular la exacta altura que debió
tener, Carlos Morell creía que unos tres metros y, de inmediato, surgió la pregunta.
Si nos hallábamos ante los primeros grupos sedentarios de la isla, ¿Por qué una muralla?.
Hasta hoy los arqueólogos no habían encontrado ningún artefacto que pudiera recordar un arma,
lo cual no significaba que no las tuvieran.
Carlos Morell iba describiendo el poblado a medida que avanzábamos hacia su interior.
La puerta sur nos condujo a un pequeño reducto empedrado muy elaborado, aparentemente un patio de
distribución. Allí apareció la primera vivienda. De forma absidal, aquella podía
albergar a toda una familia cómodamente. Los hallazgos apuntaban hacia un clan familiar no superior a
treinta individuos.
Sus ocupaciones primordiales eran la ganadería, ovejas, cabras y vacas, y una incipiente agricultura.
Habían desarrollado una gran industria lítica. El abundante sílex hallado había
dado respuesta a multitud de interrogantes sobre aquellos primeros payeses. El desgaste producido en el filo de
aquellas piedras, observado al microscopio, nos daba una clara idea de cómo fue utilizado.
Carlos Morell se había especializado en aquel tema y él mismo había reconstruido,
con pedazos de sílex, una hoz tal y como se supone era hacía cuatro mil años.
En la zona este del poblado no se habían hallado restos de habitáculos humanos,
por lo que se creía eran los corrales. Precisamente allí eran dónde había surgido la
datación más antigua: 2.000 años a.C., con un margen de error de unos 65 años
según el método del Carbono 14.
Regresamos al área de las viviendas. Carlos Morell iba dibujando con sus explicaciones donde se
encontraban los pequeños patios, las cocinas, los talleres de sílex. La imaginación nos
transportaba a la lejana Prehistoria Balear, cuando hombres barbudos y mujeres de enmarañados cabellos,
vestidos con pieles de animales, vivían en aquel poblado. No tenían porqué ser muy distintos a
nosotros. Lo ciertos era que sus necesidades eran básicamente las mismas: comer, beber, dormir y procrear.
Llamaba la atención una acequia de piedras que cruzaba el núcleo central de las viviendas.
Descendía en diagonal desde el vértice nordeste de la muralla. Al principio se pensó que bien
se podía tratar del abrevadero del ganado, aunque su situación no parecía ser la más
adecuada para aquel fin. La proximidad de las viviendas, prácticamente formando parte del mismo canal,
hacía suponer que aquel poblado poseía un sistema para transportar el agua directamente a las casas.
Habíamos visto cómo vivían, cómo construían y con qué lo hacían nuestros lejanos antepasados, pero... ¿De dónde provenían?. Carlos recogió la pregunta y, aunque existían todavía ciertas polémicas sobre el origen de los pobladores pretalayóticos, él, junto con William Waldren, opinaban que pertenecían a la Cultura del Vaso Campaniforme, que se había extendido por toda Europa durante el Neolítico Superior. Todavía no se habían hallado ninguno de los vasos cerámicos, que daban nombre a aquella cultura, en toda la isla. A pesar de todo, las tazas sin asa o bols reconstruidos en Deiá, tenían todas las características del peculiar movimiento cultural. Regresamos al Museo Arqueológico de Deiá y allí, junto a un enterramiento en cal, destacaban
unas pequeñas piezas cónicas de construcción porosa.
Nuestro anfitrión sugirió que, asimismo, podrían tratarse de los antecedentes a los tampones menstruales. También las mujeres de la Edad de Piedra Balear conocieron algunos trucos. |
Algunos datos sobre Deià |
Hecho por © Antoni Ramón Bover (2001) |